viernes, 5 de junio de 2015

I Castillos

T ras un tiempo de letargo, es momento de retomar el blog. Hay bastantes entradas a medias en los borradores, así que es tan probable que publique  algo más como que no vuelva a escribir nunca más. 

Admito que el motivo que me mueve a escribir hoy es experimental. Os cuento, la idea es que dos personas redactemos a la vez sobre un tema muy amplio, y la gracia está en que entre esas dos personas hay 10 años de diferencia.  El tema elegido para hoy es "castillos" (Miguel, el próximo tema lo eliges tú). Señores, café, que el MB 2.0 publica de nuevo. 
De lo poco que conservo. 

Cuando pienso en castillos, se abren en abanico una amplia variedad de ideas a desarrollar. Podría hablar de los castillos de arena, que junto a los de Exin Castillos marcaron una época muy importante en mi vida, una época en la que las preocupaciones eran mínimas. Una época en la que la diferencia entre la extrema felicidad y la mayor de las tristezas, es marcada por un caramelo. 

También podría hablar de las fortalezas medievales que salpican la orografía europea, herencia de la convulsa Edad Media.  

Sin embargo no hablaré de eso. Tampoco de castillos de fuegos artificiales, ni de los castillos de popa, ni de los de proa. 

Hablaré de los castillos de hoy. Muchos os preguntaréis qué narices hacemos en pleno siglo XXI construyendo castillos. Pero aunque parezca que no todos construimos nuestros propios castillos. 

Un castillo es un lugar donde resguardarnos, un lugar donde nos sentimos seguros. Son aquello con lo que nos rodeamos para protegernos de lo que nos rodea.  Ya lo dice el refranero español: "Más vale malo conocido que bueno por conocer". Lamentablemente, además de proteger el castillo nos aísla de los demás. Cada día es más difícil entrar y salir del castillo de cada uno, empezamos levantando empalizadas y hemos llegado a fortificaciones abastionadas con fosos y matacanes desde las cuales sólo podemos ver el mundo  real que nos rodea desde nuestras aspilleras que nos conceden una visión muy limitada. 

Nos creemos que por estar veinticuatro horas conectados a un teléfono estamos realmente en contacto con el mundo, pero realmente nos encontramos en contacto con  una pantalla de de aluminosilicatos que nunca podrán sustituir el contacto humano. 

Las ciudades, antes vivas, se han llenado de zombis cabizbajos que las recorren buscando el enchufe más próximo para buscar suministro eléctrico.

No podemos seguir así. Deberíamos pasear más por nuestro adarve,  tomar un poco de perspectiva de aquello que nos rodea y vivir. No digo que haya que derrumbar nuestros baluartes personales. Nos sentimos cómodos y nos permiten establecer nuestro mundo individual en esta sociedad. Pero sí debemos abrir ventanas, tender puentes levadizos que nos lleven a los bastiones de otros. 

La solución no es poner una antena repetidora de telefonía en nuestra torre del homenaje, es tomar el ariete y derrumbar aquellas murallas personales que nos impiden un comportamiento social para el que estamos programados desde los primeros homínidos. 

Es utilizar la tecnología para interaccionar cuando sea imposible hacerlo de otro modo, pero no vivir de manera dependiente al propio sistema de comunicaciones moderno. 

Es darle un uso positivo a aquello que tenemos a nuestra disposición, no encadenarnos. Y si tenemos ya las cadenas, siempre se le puede dar un uso positivo levantando un puente, por ejemplo, el Puente de las Cadenas de Budapest, que tiene un origen curioso (y como Budapest es una de las ciudades que más me gustan meto la historia aquí con calzador). 

"La ciudad actual de Budapest está compuesta por las antiguas ciudades de Buda y de Pest, separadas por el caudaloso río Danubio. Durante el invierno, el río era fácilmente
Moneda de 200 Forintos Húngaros
cruzable a pie, sin embargo, con la llegada del deshielo, el río se convertía en una fuerte barrera difícil de atravesar. Un noble, cuyo nombre húngaro es complicado recordar (Széchenyi István), estuvo una semana tratando de atravesar el río de una orilla a la otra, pero no hubo nadie que se atreviese a surcar las difíciles aguas llenas de bloques de hielo. Destinó sus rentas anuales a la construcción de dicho puente, que ha unido Buda y Pest desde entonces, salvo un pequeño lapso de tiempo tras ser dinamitado por las tropas germanas en el marco de la II Guerra Mundial y su rápida reconstrucción. "

Me voy de paseo por mi adarve a ver si me aplico el cuento. Espero que os haya gustado. Aunque sea levantado castillos de naipes, doy por conclusa la entrada de hoy. 

Un saludo para todos.
Juanvi. 

P.S. Y a ti Miguel, ¿Qué te dicen los castillos? Podréis leer la respuesta de este hombre en el siguiente enlace:

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